Mi viaje a Marcahuasi comenzó en Lima, de donde se toma una buseta para llegar a Chosica, ciudad localizada a una hora de distancia de la capital del Perú. Me ha acompañado el investigador peruano Paul Mazzei.
De Chosica se toma un autobús directo a San Pedro de Casta, pueblito situado a unos 3200 metros de altura, punto base de las excursiones a Marcahuasi y el cual fue fundado en los años posteriores a la conquista de Perú en un lugar que ya estaba habitado por nativos y que se llamaba Orcohuasi (casa en el cerro, casa en la montaña).
Las leyendas populares del pueblo cuentan de etnias míticas que vivieron en el valle desde el principio de los tiempos. Según estos relatos, los primeros pobladores del altiplano fueron los Carashatos, caníbales primitivos que comían carne cruda y que basaban su vida en extrañas supersticiones. Luego vinieron los Huaris, gigantes inteligentes que usaban el fuego y que dominaban el arte de modelar las piedras. Por último, llegaron los Varayoq, pueblos pre-incaicos que se integraron a Tahuantisuyo.
Al llegar a San Pedro de Casta, Paul Mazzei me presentó a Manuel Olivares, un simpático hombre de más de ochenta años de vida, ocho de los cuales los trabajó con el esotérico Daniel Ruzo, uno de los más grandes estudiosos de Marcahuasi.
Manuel Olivares es el hombre que mejor conoce la llamada meseta sagrada en el mundo, pero no pudo acompañarnos porque lamentablemente su visión ha degenerado mucho, aunque su físico le permita todavía caminar hasta los 4000 metros de altura, cosa que hacía aún sólo dos años antes. De todos modos, nos transmitió información muy valiosa sobre las zonas por visitar y más que todo, sobre la hora ideal para observar determinadas rocas e interpretar su significado correcto aprovechando la iluminación solar.
Al día siguiente partimos a eso de las 6.30 y en sólo dos horas de fácil caminata, llegamos a la meseta de Marcahuasi. El sol brillaba en un cielo azul y terso, condición ideal para apreciar las enormes piedras de Marcahuasi y la ciudadela pre-incaica, ubicada cerca de ellas.
Efectivamente, esta selva de rocas llama mucho la atención. Algunas de ellas parecen un conjunto de rostros y perfiles humanos (el llamado monumento a la humanidad), otras son antropomorfas (El rey político, el profeta) y hay también unas zoomorfas (el sapo, el león africano, la llama). En esta visita se pueden incluso observar urnas funerarias (o chullpas) y un poco más lejos están los sorprendentes restos de una aldea pre-incaica, llamada justamente Marcahuasi (en quechua: casa del soberano, pero los habitantes de San Pedro de Casta lo traducen por casa en el altiplano).
Mi amigo Paul Mazzei y yo nos adentramos en el pueblo en ruinas y filmamos algunas urnas funerarias. Se estima que la población de la meseta pudo haber alcanzado un número de 500 a 1000 habitantes, en una época comprendida entre el octavo y el decimocuarto siglo d.C.
Pero, ¿quiénes eran estos antiguos habitantes del altiplano? Y sobre todo, ¿cuáles son las teorías que explican el sistema de vida de estas remotas culturas?
El primer estudioso que exploró Marcahuasi y que lo analizó científicamente fue el más grande arqueólogo peruano, Julio C. Tello, quien en 1923 recorrió la meseta y, después de examinar atentamente las urnas funerarias, las momias y las cerámicas halladas en el lugar, sostuvo que los constructores de la aldea pre-incaica debían pertenecer a la cultura Yunga o a la Huanca (que florecieron del 800 d.C. hasta la conquista de Pachacutec en 1476 d.C.). Según Tello, el lugar llamado la fortaleza, un conjunto de enormes piedras dispuestas una sobre la otra, localizado más lejos del denominado anfiteatro, no era otra cosa que un sitio sagrado donde los Yunga efectuaban sus ritos sacros y adoraban a su Divinidad, llamada Wallallo.
En los años 50 del siglo pasado, el investigador esotérico peruano Daniel Ruzo (1900-1991), permaneció en Marcahuasi por varios años estudiando las rocas e intentando interpretar lo que según él eran enigmáticas estatuas esculpidas por una antiquísima cultura megalítica que él mismo denominó Masma.
Hay que señalar que Daniel Ruzo fue admirador del esotérico peruano Pedro Astete (1871-1940). En efecto, el nombre Masma deriva de un sueño de Astete que le fue referido a Ruzo.
A continuación, un fragmento del libro La Historia fantástica de un descubrimiento, de Daniel Ruzo, publicado en 1973:
Mi amigo Paul Mazzei y yo nos adentramos en el pueblo en ruinas y filmamos algunas urnas funerarias. Se estima que la población de la meseta pudo haber alcanzado un número de 500 a 1000 habitantes, en una época comprendida entre el octavo y el decimocuarto siglo d.C.
Pero, ¿quiénes eran estos antiguos habitantes del altiplano? Y sobre todo, ¿cuáles son las teorías que explican el sistema de vida de estas remotas culturas?
El primer estudioso que exploró Marcahuasi y que lo analizó científicamente fue el más grande arqueólogo peruano, Julio C. Tello, quien en 1923 recorrió la meseta y, después de examinar atentamente las urnas funerarias, las momias y las cerámicas halladas en el lugar, sostuvo que los constructores de la aldea pre-incaica debían pertenecer a la cultura Yunga o a la Huanca (que florecieron del 800 d.C. hasta la conquista de Pachacutec en 1476 d.C.). Según Tello, el lugar llamado la fortaleza, un conjunto de enormes piedras dispuestas una sobre la otra, localizado más lejos del denominado anfiteatro, no era otra cosa que un sitio sagrado donde los Yunga efectuaban sus ritos sacros y adoraban a su Divinidad, llamada Wallallo.
En los años 50 del siglo pasado, el investigador esotérico peruano Daniel Ruzo (1900-1991), permaneció en Marcahuasi por varios años estudiando las rocas e intentando interpretar lo que según él eran enigmáticas estatuas esculpidas por una antiquísima cultura megalítica que él mismo denominó Masma.
Hay que señalar que Daniel Ruzo fue admirador del esotérico peruano Pedro Astete (1871-1940). En efecto, el nombre Masma deriva de un sueño de Astete que le fue referido a Ruzo.
A continuación, un fragmento del libro La Historia fantástica de un descubrimiento, de Daniel Ruzo, publicado en 1973:
La más imponente de las montañas sagradas de la Tierra, la que ostenta más hermosa decoración, está a las puertas de Lima, a ochenta kilómetros al Este, en las estribaciones de los Andes. Un pueblo poderoso, forjador de una cultura completa, hizo de ella -hace más de ochenta y cinco siglos - un reservorio del agua de las lluvias para regar durante los seis meses secos los terrenos que la rodean. Convirtió la meseta en una fortaleza inexpugnable y en un centro religioso con cuatro enormes altares. Entregó sus muertos a los cóndores y decoró sus tres kilómetros cuadrados con cientos de esculturas maravillosas que nadie puede negar. Empleó para esas obras y para esa decoración tantas horas de trabajo que podemos asegurar que gozó durante siglos de una economía floreciente.
También el famoso escritor italiano Peter Kolosimo describió a Marcahuasi en su libro Non è terrestre (No es terrestre), dando a entender que los artífices de las extrañas esculturas fueron “Dioses venidos del cielo” en un período remotísimo, poco tiempo después del diluvio.
En mi opinión, sólo pocas piedras fueron realmente esculpidas por el hombre, mientras que la mayoría es producto de la erosión del viento y de la lluvia durante millones de años. Sin embargo, sería deseable que se realizaran estudios más profundos de la aldea pre-incaica, con el fin conocer mejor la cultura Yunga (o Huanca) que la construyó hace aproximadamente doce siglos.
No obstante, las intuiciones de Ruzo y Kolosimo, si bien no están apoyadas en pruebas científicas de datación, ni en la estratigrafía arqueológica, deben ser tomadas en consideración y deben ser respetadas, aunque sea sólo porque puedan abrir paso a nuevas e importantes investigaciones que podrían obtener resultados asombrosos.
En mi opinión, sólo pocas piedras fueron realmente esculpidas por el hombre, mientras que la mayoría es producto de la erosión del viento y de la lluvia durante millones de años. Sin embargo, sería deseable que se realizaran estudios más profundos de la aldea pre-incaica, con el fin conocer mejor la cultura Yunga (o Huanca) que la construyó hace aproximadamente doce siglos.
No obstante, las intuiciones de Ruzo y Kolosimo, si bien no están apoyadas en pruebas científicas de datación, ni en la estratigrafía arqueológica, deben ser tomadas en consideración y deben ser respetadas, aunque sea sólo porque puedan abrir paso a nuevas e importantes investigaciones que podrían obtener resultados asombrosos.
De hecho, no todo en la meseta de Marcahuasi ha sido explorado: en la zona llamada Infiernillo hay pasajes subterráneos por donde Ruzo intentó adentrarse, teniendo que desistir de ello porque el oxígeno escaseaba (recordemos que en algunos puntos del altiplano se alcanzan los 4200 metros y Ruzo ya contaba con 60 años). Para explorarlos se necesitaría de un sofisticado equipo que incluya bombas de oxígeno y chándales térmicos.
Además, a sólo nueve kilómetros de Marcahuasi hay un rostro muy raro esculpido en una roca de grandes dimensiones. En ciertos aspectos recuerda la cara de Marte que causó sensación hace algún tiempo. Podría tratarse sólo de un extraño juego de luz, pero en todo caso sería interesante organizar una exploración en la zona para verificar si en el campo hay evidencias arqueológicas.
Como se ve, Marcahuasi encierra todavía muchos misterios, a los cuales pocas personas de mente abierta y libre pueden acceder. Quizá el secreto de Marcahuasi, como el de una antigua cultura megalitíca que dominó Sur América justo después del diluvio, se esconde en alguna caverna de los Andes.
Nuestra civilización, no muy interesada en los enigmas del pasado, distraída y ocupada en acabar con los recursos sin preocuparse del ambiente, perdió de vista las antiguas enseñanzas de nuestros antepasados, pero estoy seguro de que, recuperándolas, nuestra vida en la Tierra podría mejorar, no sólo en el plano de la espiritualidad sino también en el del respeto recíproco tanto entre los humanos como entre éstos y los animales.
Además, a sólo nueve kilómetros de Marcahuasi hay un rostro muy raro esculpido en una roca de grandes dimensiones. En ciertos aspectos recuerda la cara de Marte que causó sensación hace algún tiempo. Podría tratarse sólo de un extraño juego de luz, pero en todo caso sería interesante organizar una exploración en la zona para verificar si en el campo hay evidencias arqueológicas.
Como se ve, Marcahuasi encierra todavía muchos misterios, a los cuales pocas personas de mente abierta y libre pueden acceder. Quizá el secreto de Marcahuasi, como el de una antigua cultura megalitíca que dominó Sur América justo después del diluvio, se esconde en alguna caverna de los Andes.
Nuestra civilización, no muy interesada en los enigmas del pasado, distraída y ocupada en acabar con los recursos sin preocuparse del ambiente, perdió de vista las antiguas enseñanzas de nuestros antepasados, pero estoy seguro de que, recuperándolas, nuestra vida en la Tierra podría mejorar, no sólo en el plano de la espiritualidad sino también en el del respeto recíproco tanto entre los humanos como entre éstos y los animales.
YURI LEVERATTO
Copyrights 2009
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FUENTE : AQUI
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