domingo, 18 de diciembre de 2011

DESCUBREN CIUDADELA INCA


La región de Cusco (Perú), de aproximadamente 72.000 kilómetros cuadrados de extensión, está ocupada en su mayoría (más del 50%) por un particular ecosistema llamado “selva alta”, el cual, a su vez, se divide en selva alta y bosque andino.
Durante el imperio de los Incas, la selva alta cumplía un rol muy importante, ya que era la frontera entre el mundo andino y el amazónico.
Los pueblos anteriores a los Incas (Wari, Pukara, Lupaca), construyeron durante siglos varias fortalezas llamadas tambo en quechua (lugares de descanso), así como ciudadelas o alcázares, que servían no sólo para delimitar el imperio, sino también como lugares de reposo y trueque, donde se solía intercambiar con etnias de Chunchos, Moxos y Toromonas los productos de la selva (coca, oro, miel, plumas de ave, hierbas medicinales) con los de la sierra (camélidos y cereales andinos, maca y varios tipos de papa).
Las fortalezas más conocidas son: Espíritu Pampa y Vitcos (ambas en la región de Vilcabamba), Abiseo, la fortaleza de Hualla, Mameria y la fortaleza de Ixiamas (Bolivia).
Según varios exploradores, entre los cuales se encuentra el peruano Carlos Neuenschwander Landa, existe una última fortificación, aún desconocida, que fue utilizada por los Incas cuando escaparon de Cusco en 1537: se trata del mito del Paititi andino que se mezcla con la leyenda recopilada por Oscar Núñez del Prado en 1955, y que reconoce el Paititi como el oasis donde se refugió el semidiós Inkarri después de haber fundado Q’ero y Cusco.
Carlos Neuenschwander concentró todas sus investigaciones en el llamado “altiplano de Pantiacolla”, una áspera y fría zona andina situada entre los 2500 y los 4000 metros de altura sobre el nivel del mar, entre las regiones de Cusco y Madre de Dios.
La meseta de Pantiacolla (del quechua: lugar donde se pierde la princesa), está por excelencia entre los lugares menos accesibles del mundo, por varios motivos.
Primero que todo, la lejanía de cualquier poblado y la dificilísima orografía del terreno: profundísimos cañones donde fluyen impetuosos ríos y empinadas laderas donde hay sólo unos cuantos senderos angostos, que a veces no son transitables ni siquiera por mulas, lo que complica el acceso al altiplano.
Además, el clima, siempre cambiante, es muy severo, con fuertes vientos, lluvias, granizadas y a veces nieve y tempestades, intercaladas por breves períodos de sol.
La temperatura puede bajar a -10 grados de noche, mientras que de día oscila entre 0 y 5 grados.
El último y quizás más importante motivo que vuelve casi inaccesible a la “meseta de Pantiacolla” es el hecho de que, en las zonas adyacentes (situadas a alturas más bajas), como el Santuario Nacional Megantoni y la zona “intangible” del Parque Nacional del Manu, viven indígenas aislados (no contactados) que en ocasiones pueden ser muy agresivos. Me refiero a grupos de Kuga Pacoris, Masko-Piros, Amahuacos y Toyeris.
El valle del Río Mapacho-Yavero, inicialmente llamado Río Paucartambo, sirve de acceso a la cordillera de Paucartambo, la última verdadera cadena montañosa andina (con cimas de más de 4000 metros), antes de la selva baja amazónica, la cuenca del Río Madre de Dios.
El objetivo de nuestra expedición a la cordillera de Paucartambo fue el de estudiar y documentar los senderos incaicos del valle del Río Chunchosmayo (Río de los Chunchos, antiguos y terribles pueblos de la selva), que conducen al altiplano de Pantiacolla y posiblemente a la mítica Paititi de Inkarri.
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El futuro estudio de este sitio podría revelar el enigma de la etnia que construyó toda la ciudadela.
Durante la tarde, como no llovía y estábamos lejos de cursos de agua, decidimos desmontar el campo base y acercarnos al Río Chunchusmayo. Luego montamos el campo 2 a unos 2000 msnm, a aproximadamente diez minutos de camino del Río. Posteriormente descendimos a las orillas del Río Chunchusmayo y nos bañamos, sumergiéndonos en sus gélidas aguas.
Poco después buscamos en vano los restos de un puente inca que, según algunos rumores, debería encontrarse en la zona.
Al octavo día regresamos a Naranjayoc y al día siguiente caminamos hasta la carretera pavimentada. El décimo día nos encontramos con nuestro conductor en un determinado punto, y en una poderosa camioneta regresamos a Cusco, luego de diez horas de viaje.
El balance de la expedición fue más que positivo. Además de documentar los sitios de Tambocasa y Llactapata, descubrimos y describimos las ruinas de la ciudadela agrícola de Miraflores, un ulterior paso adelante en el ámbito de las expediciones Paititi-Pantiacolla.
 GRACIAS A :
YURI LEVERATTO
fuente www.yurileveratto.com
Copyright de las fotos: Yuri Leveratto
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