La manera en la que el azúcar permea nuestra existencia en ocasiones hace difícil que nos demos cuenta de su influencia y de sus peligros. La industria alimenticia en gran medida está basada en añadir azúcar a los alimentos y de esta forma hacer que los consumidores desarrollen una dependencia o al menos que reciban de mejor manera sus productos. Todos queremos tener una vida dulce.
En los últimos años se ha ido acumulando investigación científica que sugiere que el azúcar en sí misma, más allá de que se coma mucha o poca, es una sustancia tóxica. El investigador Gary Taubes ha compilado importante evidencia en este sentido en su reciente libro The Case Against Sugar. Tauber desmenuza la lógica imperante que ha permitido que el azúcar se mantenga relativamente indemne y desregulada, pese a que la OMS reconoce que nos encontramos en una crisis mundial de diabetes y obesidad.
La industria del azúcar se ha mantenido a flote bajo el argumento de que sólo añade calorías a la dieta, como cualquier otro alimento, y por lo tanto si sólo nos moderamos nunca tendremos problemas. Se ha creado la ilusión, dice Tauber, de que no importa si las calorías vienen de "el azúcar, una toronja, un steak o un helado". Esto se utiliza entonces para explicar por qué algunas personas se vuelven obesas --lo cual se puede evitar no dejando de tomar Coca-Cola, sino "consumirla (y todo lo demás) con moderación, o quemar el exceso de calorías con actividad física".
Lo anterior mantiene que la obesidad es simplemente un trastorno producido por un desbalance energético. Sin embargo, mantiene Tauber, existen indicios de que se trata de un trastorno de acumulación de grasa, es decir, un desorden metabólico y hormonal, el resultado de una "perturbación endócrina".
Esta hipótesis, que cuenta con el respaldo de investigación reciente, implica que el azúcar y los granos refinados:
tienen efectos en el cuerpo humano que conducen directamente a la diabetes y a la obesidad, independientemente de las calorías que se consumen. Desde esta perspectiva, los azucares refinados en realidad sí son tóxicos, aunque sea después de varios años o décadas de consumo. Nos volvemos gordos y diabéticos no porque comemos demasiado de ellos --aunque evidentemente esto está implícito tautológicamente-- sino porque tienen efectos fisiológicos y metabólicos únicos que directamente detonan estos trastornos.
Esto no significa que con echarle una cucharada de azúcar al café tendremos diabetes, de la misma manera que si sólo inhalamos una línea de cocaína tampoco es muy probable que tengamos problemas, pero eso no quita que el azúcar daña salud.
Evidentemente es el momento de bajarle al azúcar y de exigir que se regulen estos alimentos. Quizás se debería hacer algo similar a lo que se ha hecho con el tabaco, aunque es más difícil ya que el azúcar tiene incluso más poder, es la droga que más consumidores tiene entre sus huestes en la historia de la humanidad. En Chile, por ejemplo, una nueva ley obliga a etiquetar los alimentos procesados que contienen mucha azúcar.
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