Publicado por Manlio E. Wydler ASUSTA2.COM
Una de las historias más atrapantes resulta esta que se origina
en tiempos negros para la Iglesia, cercanos al proclamado fin del mundo,
que está colocado en la boca de Jesús: “Mil y no más de mil años” del
Nuevo Testamento. Anuncio agorero que como tantos no se cumplió.
La legendaria Juana de Ingelheim, que habría nacido hacia 822 en la
localidad de Ingleheim am Rhein, cerca de Maguncia, una mujer nada
común. Según la leyenda era hija de un monje, Gerbert, y desde pequeña
mostró gran interés por la ciencia, estudió algo de medicina,
Inteligente sabía que en la sociedad de su tiempo tenía poco que hacer y
precoz, enamorada de un monje a corta edad, lo sigue entrando al
convento pasando como un monje más. Vemos así a Juana vestido de varón,
entrar en religión en la abadía benedictina de Fulda, en la que fue
conocido como “Juan el médico”.
Como monje pudo profundizar en la ciencia médica que ya algo conocía,
consultar las mejores bibliotecas de la época y recorrer el mundo
–acompañando al fraile que era su amor desde la adolescencia, todavía en
secreto, y habría llegado hasta Constantinopla, donde habría conocido a
la Emperatriz Teodora. Todo ello le ayudó a su carrera eclesiástica,
que la había llevado hasta Roma.
El caso es que, una vez llegada a Roma, su fama de médico llegó hasta
el mismo Papa Sergio II, que la (le) llamó su médico personal y al cual
Juana habría curado de la gota. Grande sería la fama de dicho galeno
cuando, a la muerte del Pontífice, en vez de ser sucedido por el
benedictino León IV, como realmente ocurrió, habría sido sucedido por
otro “benedictino”, esto es por la (el) Juan, bajo el nombre de Juan
VIII.
Todos sabemos de las liberalidades que ciertos religiosos han tenido
en todas las épocas y Roma era uno de los lugares más proclives a
producir este tipo de conductas irregulares, pues según la tradición
quedó embarazada del embajador Lamberto de Sajonia –su nuevo amor para
nada platónico-durante su breve pontificado y fue a dar a luz durante
una procesión por las calles de Roma, entre San Pedro y la basílica
Lateranense. Un largo camino, por lo que no es de extrañar que la buena
señora rompiese aguas y comenzó a parir. Ante el engaño -obispos, clero,
pueblo, llevados por una ira nada cristiana, la lapidaron a ella y su
progenie, luego de arrastrarla hasta un campo cercano. Otra versión más
plausible es que la asistieron un pequeño grupo de sacerdotes y
diáconos, hasta un lugar interior de una iglesia, salvaron al hijo, que
llegó a ser Obispo en Ostia y se juramentaron a poner un “manto del
olvido y borrarla lo mejor posible de la Historia, cosa que casi logran,
si no fuera por el “boca a boca” e indicios en ciertos documentos. No
en todos, ya que la documentación en el Vaticano, en su mayor parte es
Secreto de Estado, aún hoy en día.
Ya desde el siglo IX se conocía el pontificado de Juana y aceptado
como verdad histórica que después en el siglo XVII, en ambiente de
contrarreforma, hubo que silenciar por los ataques que producía tal
verdad para la Iglesia, pese a ello se han salvado más de 500 documentos
que hablaban de la papisa.
La Papisa Juana, aparece pintada en la catedral de Siena, nombrada en
muchos escritos e incluso el “hereje” Juan Hus, en el siglo XV, se
refiere a ella en sus ataques a la Iglesia sin que nadie le
contradijera. La iglesia de Roma nunca trató de esconder su existencia e
incluso se la nombró en el “Liber Pontificalis•. Durante mucho tiempo
se ha creído que fue por ella surgió la costumbre, hoy desaparecida, de
controlar que el recién elegido para Papa fuera un varón, lo cual se
apoyaba en la existencia de la “silla perforada”. Hoy, para entrar al
seminario basta un informe médico, donde a parte de certificar la
masculinidad, se debe de anotar que el postulante está libre de
“anomalías”, etc.
El único ejemplar del “Liber Pontificalis” que hace referencia a
Juana se conserva en la Biblioteca Vaticana (se trata de una nota a pie
de página, del siglo XIV).
El gran historiador oratoriano Cesare Baronio, discípulo de San
Felipe Neri y padre de la historiografía eclesiástica moderna, afirma en
referencia a Juan VIII (872-882) y su debilidad en las relaciones con
el Patriarca Focio, luego excomulgado que llama en tres ocasiones al
Papa de modo irónico “el viril”, probablemente porque tenía fama de lo
contrario.
No debemos olvidar que durante mucho tiempo, existió un capítulo muy
oscuro de la historia de la Iglesia, donde la lujuria, la
concupiscencia, el incesto y otros ataques contra la honestidad fueron
moneda corriente. Alguna vez se podrá saber más precisiones, pero la
existencia de la Papisa Juana VIII, clama desde el fondo de la historia y
pide el fin de la discriminación en general.
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